A 204 años de la declaración de la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América y del recuerdo de los 29 miembros del Congreso de Tucumán, Rosana Leonardi, titular de Historia del Diseño de Indumentaria y Textil (FADU-UBA), analiza cómo era la vestimenta de los protagonistas de la liberación de la patria. El recorrido lo hace, a través de testamentarias y archivos judiciales, además de relatos de viajeros y miradas iconográficas de la época.
Los congresales tenían diferentes orígenes y profesiones (curas, abogados, políticos, entre otros), en cuanto a la vestimenta, ¿qué definía a cada uno?
La división más clara, seguramente era entre los sacerdotes y el resto de asistentes ya que los atributos propios de la religión católica los distinguía. Los sacerdotes seguían portando sotanas, vestimenta larga fijada desde la Edad Media europea. En cuanto al resto de los asistentes podríamos pensar en una segunda división que fue la ropa militar. Ya que muchos de los “patriotas” lucharon en las guerras de la Independencia aun cuando no tenían una formación militar formal. Eran pocos los casos como el de San Martín que provenían de escuelas militares europeas. En este segmento la idea de un uniforme único no existía.
¿Cómo eran esos uniformes?
El primer reglamento militar integral, con respecto a esta indumentaria es de 1871.Por tanto cada quien usaba lo que el gobierno le proveía o se agenciaba por su cuenta, tal como relatan algunos de estos personajes en sus memorias (Paz, Araoz de Lamadrid, Brown, Brandsen y Manuel Alejandro Pueyrredón, entre otros). Al respecto el estudio más serio hasta el momento es el de Luqui Lagleyze. Para el resto de los “civiles” asistentes al Congreso de Tucumán es posible pensar en la convivencia de prendas o tipologías. Los calzones aún conviven con los pantalones, al igual que las capas con los fraques y levitas (tal como hemos observado en diversas testamentarias, esta situación se prolonga hasta 1820 aproximadamente). También es posible imaginar a los que venían de lejos enfundados en un poncho que les brindaba abrigo y protección de todo tipo.
A su vez provenían de diferentes provincias, ¿cuáles eran los rasgos en ese sentido?
Los que acudieron a Tucumán, en verdad, formaban parte de las élites de sus propias regiones. A diferencia de la Revolución Francesa, en la revolución de Mayo, los apellidos de los “revolucionarios” son prácticamente los mismos que los de la élite colonial. Por tanto, no es posible hablar de grandes diferencias regionales en cuanto al indumento. También es cierto que a partir de 1810 en Buenos Aires se asientan unas 40 casas de comercio de Liverpool, con lo cual las “novedades” llegaban primero a la ciudad y luego al interior. Y durante las guerras de la Independencia tanto Córdoba, como el norte del país se vio interrumpido el comercio con el Alto Perú, con lo cual el acceso a bienes era sólo desde Buenos Aires. Con todo esto y por las características propias de la sociedad porteña, es posible, que los varones de estas latitudes estuvieran un poco más a la “moda” que los del interior.
Si bien eran descendientes de españoles, las tendencias en vestimenta de la época provenían de Francia o Inglaterra ¿Cuáles eran las principales?
Para los varones “la moda” proviene de Inglaterra, para las mujeres el faro sigue siendo Francia. Al respecto Alexander Gilliespie (militar inglés capturado en las “invasiones inglesas”) en sus relatos habla de los varones jóvenes de Buenos Aires y la adopción del traje inglés de los mismos para diferenciarse de los “viejos españoles”.
En Inglaterra existía la figura del dandy llevada al conocimiento público por Brummel. ¿Existía algo parecido acá?
La cuna del dandismo es Inglaterra. De lo que llevo visto y leído, la coyuntura política se llevaba las páginas de los periódicos. Algunas referencias al respecto encontré en el British Packet, que se fundó en 1826 y también en el Curioso de 1821. La gran reflexión sobre la Indumentaria masculina vendrá con la Generación del 37, con Alberdi a la cabeza y la publicación de La Moda (1837-1838).
Ph: Acuarela de Antonio González Moreno (1941) en el Museo Histórico Nacional