Lo echó por tierra. Decididamente lo hizo. La idea de creer que el accesorio tiene que ser un elemento que acompañe la ropa nunca estuvo en la sintaxis vestimentaria de la diseñadora francesa Isabel Cánovas, hija de del pintor español Blas Cánovas.
Después de trabajar para Dior, Hermes y Louis Vuitton desarrolló la firma con la que trascendió por las referencias étnicas, el uso de imágenes de la flora y la fauna de lo más exóticas, y también, por qué no decirlo, disparatadas. Verdaderos hallazgos constituyen sus carteras con los dibujitos de estética circenese, ni hablar de las ballerinas enarboladas con pétalos o los tocados plumíferos multicoloridos. «Las mujeres concentraron sus deseos de sueños e incluso de irrealidad mucho más en los accesorios que en la ropa propiamente dicha. Y durante años he de confesar que contribuí a ello» le decía a Lola Gavarrón en un artículo publicado en la década del ’90 en la revista Época,
Su piezas cautivaron a clientas de todo el mundo en los locales de París, Nueva York y Madrid. Lo cierto es que con tan solo 11 años de historia la firma se ganó un lugar en la muestra «Camp: Notes on Fashion» que abre el jueves en el Museo Metropolitano de New York, después de la famosa gala del día lunes. Y claro que los productos diseñados por Cánovas cumplen con los requisitos camp de extravagancia y artificialidad, por sobre todo. Ahí estarán con otras creaciones de Armani, Viktor and Rolf, Vivianne Westwood y su coterráneo Palomo Spain, entre otros.
Cuando cerró la marca en 1993 salió por completo de la escena de la moda, así al menos lo menciona Gavarrón en la nota mencionada. Sus piezas se siguen vendiendo en anticuarios y portales virtuales vintage, todavía aportando camp a al moda contemporánea.
PH: Imagen publicada en Revista Época, gentileza del Archivo del Museo del Traje de España.