Beatriz Di Benedetto, la diseñadora de vestuario que más roles de Eva vistió en la pantalla, hace foco en sus atuendos icónicos.
En el reverso de los movimientos siniestros en torno de su cadáver, también y paradójicamente, ganaron protagonismo los atuendos, que durante su vida resultaron fundacionales para que María Eva Duarte se trasformara definitivamente en Evita Perón. El rodete rubio, los trajes sastre y los característicos prendedores lograron sobrevivir a lo largo del tiempo y le otorgaron el estatus de ícono de estilo en la historia de la moda internacional.
Ahora Di Benedetto –quien tiene más de cincuenta películas en su haber y es miembro de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de los EE.UU.– hace lo propio con Natalia Oreiro en Santa Evita.
–En la serie, Eva está en el ocaso de su vida, incluso en su lecho de muerte, ¿cómo pensó esa representación?
–Sentí que había que hacer un vestuario que tuviera un contenido dramático. No es la realidad, sino un verosímil que después se transforma en literatura. Trabajé libremente y siempre insisto en eso, en no calcar el personaje porque sería como calcar una estampilla o disfrazar a Oreiro. En una escena de sus últimos días, por ejemplo, hice algo sobrio; se la ve con una manta de vicuña, cubriéndole los pies y sobre los hombros. No se muestra lencería, ni nada que pueda sacar de clima al público. Trabajo con el ojo del espectador, me crié así, en mi primera época de cine, cuando era una niña y me fagocitaba todo.
–Hay algo singular en la paleta de color elegida para esta serie; pensando en los típicos trajes y prendedores, ¿qué tuvo en cuenta para que se reconozca a Eva?
–Según el plan de rodaje, Natalia se preparó con un rigor demasiado rudo; bajó varios kilos, trabajó mucho con su cuerpo. Para su época vital, le hice tacos, y para su última etapa, confeccionamos pantalones en seda opaca, dos o tres talles más grandes. La idea fue que sintiera que estaba en un envase extraño. Lo mismo con los camisones, que hubo que trabajar técnicamente porque después el doctor Pedro Ara (Francesc Orella) los corta. Tuvimos que hacer alrededor de cuatro, con pechera y diseño de canesú. No usé el bies para no envolver la figura, erotizarla o hacerla bella. Igual, ese fue un período menor, aunque en el libro es el punto fundamental. En la serie hay flashbacks (retrocesos en el relato) que ayudan a que el espectador pueda enamorarse al menos del personaje.
–¿En cuáles de los momentos icónicos la vistió?
–Lo maravilloso que tiene esta ficción es que aparece Eva a los seis años y también de joven, en su despertar como actriz. En la investigación trabajé períodos diferentes: a María Eva Duarte, a Evita y después a Eva Perón. Fue un placer hacerla en los años 40, cuando era desconocida, con sus compañeros de radio. Y también el encuentro con Perón en el Luna Park. Y luego la Eva que, a partir del viaje a Europa en 1947, elige que la acompañe Lilian Lagomarsino, la esposa de Ricardo Guardo, el presidente de la Cámara de Diputados. Una mujer absolutamente informada, cultísima, que conocía de protocolo y que, como acompañante, la asesoró sobre la vestimenta. Ella moría por la moda. Ahí empieza el primer gran cambio de imagen, que coincidió con la primera presidencia de Perón.
–En Historia de la moda en España, Ana Velasco Molpeceres reconoce que esa visita dio inicio a la recuperación de la industria de la indumentaria en el país ibérico.
–Claro, siempre fue protagonista. La Eva que pasó por el cine y que poco conocemos estaba perfilando su personalidad para mostrarse. Era muy segura de sí misma. No tenía el rigor estético que después adoptó, pero sabía lo que quería. Cuando la vemos cargada de joyas, el anillo chevalier y las piezas que se usaban en esa época, estamos viendo a una consumidora de moda: una fashionista, con todo el poder que tenía para poseer esas piezas.
–Tomás E. Martínez la llama “árbitro de la moda”. Según esta expresión, ¿cuáles fueron las marcas más importantes que dejó?
–El coraje de atreverse. El coraje era de ella y para atreverse fue ayudada por Julio Alcaraz (interpretado por Héctor Díaz), su peinador desde que estaba en cine. Él fue quien le sugirió aclararse el cabello, y cuando se halló con ese peinado que después se volvió estampilla, se encontró con lo que quería: armar la imagen de ese gobierno. No sé cómo hubiera sido Eva a los 80 años, seguramente diferente. Pero en ese período no magnificaba nada, sabía que era dueña de un momento, tenía la certeza de lo que estaba haciendo.
–Sí, una idea de lo contemporáneo, como si hubiese entendido lo que iba a representar en la historia.
–Además, sentía que era la única. No había mujeres al lado de otros presidentes con su fuerza. Era un combo con Perón. Dejó coraje y solidez en la elección de lo que quería hacer. A su vez, cuando comenzó a darse cuenta del barroquismo inusual que tenía, como en la foto del palco en el Teatro Colón, empezó a limpiarse. En un año debe haber adelgazado ocho o diez kilos. Modeló su físico, encontró su imagen propia. Una imagen “corporativa”, porque se transformó en un producto diferente. Se acercó a la modista Asunta Fernández, la genia del tallier de Eva. Entonces fue cuando halló un gusto muy particular en la sastrería, algo que ya había conocido en Francia, lo había visto en la posguerra, cuando las mujeres estaban próximas al ejército; con la gabardina, la hombrera, el entalle y el saco sastre. Ella lo fue aggiornando y cuando llegó Dior, empezó con su “new look”.
–Usted trabajó con imágenes de Pinélides Fusco, el fotógrafo de Perón. Ahí se ve a Eva en pantalones, en una época en que no era tan frecuente que una mujer los llevara, ¿se muestra eso en la serie?
–Rediseñé un conjunto particularmente icónico: la imagen de Evita montonera de pantalones y cazadora, modificando los materiales. Y lo usa en la escena del Tigre junto a Perón antes de Martín García. También están cuando se canaliza el suero. Una de las primeras veces que lo usa es cuando se va a Europa, creo que fue en el norte de Italia, en plena montaña: se la ve con el báculo, un blazer cruzado y el pantalón. Acá, en la Argentina, los usó en determinadas salidas, y mucho en la quinta de San Vicente, donde se vestía como lo hacían las mujeres de Hollywood.
–En el revisión histórica que se hace de Evita, se discute que en su discurso no era feminista, pero sí en sus acciones, incluso en la vestimenta. ¿Qué elementos destaca en ese sentido?
–Que al verla las mujeres adoptaron una actitud modernizadora. Y tenían la suerte de que como en esa época todas aprendían corte y confección, podían realizar ese vestuario. Algo difícil, porque en los 50 la técnica era muy diferente, tenía una geometría con entalles personalizados según la anatomía de cada mujer. Ella fue la exponente de esa moda. La seguían porque querían parecerse. Les dio muchísimo coraje para que se sintieran modernas en la acción y en la moda.
Nota publicada en Revista Ñ