En un contexto mundial de una industria textil y de indumentaria que se desarrolla a costa del medioambiente (derroche de agua y energía, generación de residuos, efluentes y contaminación), que está caracterizada por la flexibilidad que requieren las empresas, la proliferación del trabajo clandestino y la poca durabilidad del empleo y que, a su vez, puede provocar un consumo desmedido e incluso inseguridad por parte de los consumidores, los académicos Miguel Ángel Gardetti y María Lourdes Delgado Luque proponen fortalecer la dimensión personal y preguntarse cómo recuperar los valores para poner en práctica las virtudes. Este es el enfoque del libro que se lanzó la semana pasada: Vestir un mundo sostenible.
El trabajo publicado no circunscribe la sostenibilidad al aspecto material sino que incluye el factor humano, al destacar que para que un desarrollo sea sostenible es esencial que las personas también lo sean.
Los autores relatan experiencias de un humanismo sostenible, como por ejemplo el proyecto empresarial Arrropa, una reversión de los clásicos roperos de Caritas Española que ahora hace foco en reciclar el excedente textil y en transformar las prendas donadas dándoles una nueva utilidad social y económica. A eso se suma que está orientado a la creación de puestos de inserción sociolaboral. O sea que la permanencia es temporaria, ya que el fundamento está en la formación y capacitación para después buscar un nuevo trabajo. El resultado es un modelo de negocio de consumo sostenible y de integración.
La paz que se usa
La moda, entendida como herramienta, sirve para construir. Y en este sentido, la pacificación de entornos puede ser una consecuencia de la moda aplicada, en tanto impulsora económica e industrial en un país en desarrollo, pero además como intermediaria en transmisión cultural, con foco en el ser humano de actor clave de la sostenibilidad. «Las heridas más difíciles de sanar son las de la guerra y, aun así, la moda posee armas para empezar a sanarlas», dicen Gardetti y Delgado Luque. Y subrayan la dimensión simbólica de desarrollos, como el de Peter Thun que con su marca Fonderie 47 transforma el metal de rifles en desuso en joyas: pulseras, relojes y collares, o la firma Eden Diodati que trabaja con una cooperativa de mujeres sobrevivientes del genocidio en Ruanda.
Se mencionan, además, casos de marcas que comunican valores a través de su identidad, como los sombreros Pachacuti (cuya dueña es Carry Somers, cofundadora del Fashion Revolution Day) o la chilena Paulina Robson que hace bolsos de lujo con cuero de pescado, un subproducto de la industria alimentaria.
La clave entonces está en cómo se resignifica lo negativo en positivo y en el papel preventivo que puede sumir la indumentaria y sus procesos de producción en la denominada cultura de la paz.
La presentación del libro que introduce este trabajo estuvo a cargo de Susana Saulquin
Subrayados
Fragmentos del libro Vestir un mundo sostenible de Miguel Ángel Gardetti y María Lourdes Delgado Luque. Editorial LID. $600
- «Consideramos que la moda puede colaborar en la edificación de la paz mundial, no como algo que ejerce su acción desde afuera, sino como parte de los procesos culturales de los pueblos»
- «La sostenibilidad es una forma de percibir y de actuar que puede conducirnos a una nueva forma de ser»
- «La moda marca la cosmovisión de cada sociedad, por lo cual es esencial comprenderla, lo más ampliamente posible»
- «Los jóvenes pueden desempeñar un papel muy activo en la prevención y solución de problemáticas»