“La ópera es un mundo que adoro”, se despacha Emilia Tambutti, la diseñadora de vestuario de Orfeo en los infiernos. La reconocida pieza de Jacques Offenbach recientemente presentada en el Teatro Colón, no es la primera experiencia en este género sino que antes hizo lo propio en el Teatro Avenida, el Teatro Argentino de La Plata, y en una puesta en el Palacio Errázuriz, lo mismo en colaboraciones con Chile y Uruguay.
Con dirección de escena de Pablo Maritano y musical de Christian Baldini, cuenta además con diálogo y versificación Gonzalo Demaría y escenografía Gonzalo Córdoba Estévez, el vestuario es un elemento central en esta opereta en cuatro actos que data de fines del siglo XIX y descolló en la temporada de este año del gran coliseo argentino.
¿Qué referencias tomaste para desarrollar el vestuario de esta versión?
Orfeo en los infiernos se centra en tres tiempos y climas diferentes. Para cada uno, craneé mundos distintos en base a lo que buscaba el director de escena. La tierra está enmarcada en la década del 60, pero por ejemplo a Eurídice no la saqué tanto de los 50 como para generarle un estilo un poco de «ama de casa aburrida». El Olimpo es 1920´s, y la escenografía totalmente pulcra me permitió aportar desde el color. Y por último, el Infierno es un conjunto de submundos: los mosquitos, los muertos, el tribunal infernal, Plutón y su estilo gangsta glamoroso y John Styx como virrey. Conviven distintas referencias en un mismo estrato.
Esta es una puesta con diferentes licencias, ¿cómo trabajaste en ese sentido desde el vestuario?
Siempre que puedo, y salvo que sea una bajada estricta del o la puestista o mismo de la puesta en sí, intento no enfrascarme. Si existe algún tipo de laxitud conveniente que no genere ruido, lo tomo. No me gusta limitarme.
En el vestuario hay guiños a distintas épocas, tanto del siglo XIX como de los años 60, ¿cómo lo pensaste en ese sentido?
Fue la propuesta diagramada por el director que también lo trabajamos en sintonía junto con el escenógrafo. Es un trabajo absolutamente en conjunto. La colorimetría y el estilo siempre se están dialogando para que todo cobre sentido visualmente. Mismo con la luz, y en este caso en particular con la danza. Es imposible que una puesta así funcione sin que los componentes del equipo creativo laburen de la mano. Una vez que los lineamientos están bocetados, empieza el trabajo más individual. Por mi parte, intento transmitir lo que la régie quiere que el personaje comunique a partir de mi propia interpretación. A veces el disparador puede ser el color, otras la morfología o el uso de ciertas prendas o recursos. En esta puesta en particular, hay un poco de todo.
¿Cuál de todas las piezas que desarrollaste te parece un hallazgo?
Los diablitos. No se si llamarlos «hallazgo» pero son mis preferidos. Los imaginaba así y quedé muy conforme con lo que logramos.
¿Qué le aporta el vestuario a esta ópera en particular?
¿La picardía quizás? Orfeo en los infiernos es una fiesta, musicalmente es muy bella y es un sube y baja constante. El vestuario se amolda a esa versatilidad, la acompaña. Y también busca canalizar lo que cada mundo refleja: la tierra, el olimpo, el inframundo. Fueron más de 180 trajes, y en cada uno existió (y existe) una intención. Más que aporte, me gustaría insistir en esta especie de sinergia generada a partir de un enorme trabajo en comunidad. Casi te diría familia. Fue un laburo de gran complejidad y sostén. En el que el aporte fue más una cosa consensuada a partir de un claro lineamiento estético.