De ideología y de dobladillos

Felisa Pinto, decana del periodismo dedicado a la vestimenta revisa, a sus 90 años, esa producción pionera con la que retrató el devenir del siglo XX.

“Hacer este libro es un striptease, te vas desnudando”, esgrime Felisa Pinto, como si Chic. Memorias eclécticas fuese una paradoja de lo que hizo hasta acá; observar, analizar y escribir sobre aquello que cubre el cuerpo; la vestimenta y, en su sentido más comercial, la moda.

A los 90 años -y en coincidencia con las seis décadas que se cumplen de su primer artículo periodístico- la autora plasma el devenir de su trayectoria entre la “vida propia” y las “vidas ajenas” (de Eugenia Errázuriz, Marilú Marini y Pablo Ramírez, entre otros), tal cual denomina a los dos apartados de la publicación.

Y es ese racconto personal y profesional desde donde aborda los sucesos que transitó entre familiares y amigos, además de los encuentros célebres con personalidades de la talla de Manuel PuigJulio Cortázar y Federico Moura, entre otros, o las entrevistas con Pablo Picasso y Graham Greene.

“La vida digital para mí no existe o existe mal”, asevera después de los cinco años de arduo trabajo, pandemia mediante, que le llevó desandar la impronta hedonista que signó su recorrido.

Así es que incluye las fotografías más primigenias atesoradas por su hermana Maru (a quien le dedica el libro) y que con el tiempo se volvieron indelebles, por caso el registro a la salida de su bautismo en la iglesia de La Merced en Córdoba, su terruño, pasando por las instantáneas donde recapitula la bohemia de la Buenos Aires de los 60, incluso algunos momentos de sus temporadas trabajando en Europa y de otros sitios menos convencionales.

Después de desobedecer durante toda su carrera a los mandatos fashionistas y como respuesta a los modos insípidos de contarlos, Pinto –quien se jacta de hacer contrabando ideológico aun cuando habla de un dobladillo– se volvió sin dudas la pluma que le dio legitimidad a las crónicas sobre moda en Primera Plana, La Opinión y Página/12, entre otros medios que fueron referencia para la prensa gráfica cada uno en su época.

Y es a partir de esos textos que en Chic –cuya portada bien merece el rosa típico de Elsa Schiaparelli (diseñadora emblemática en los albores del siglo XX)– se vanagloria de los neologismos y usos varios que hace de ese término para referir con su estilo inconfundible a modos, personajes y cosas: “chic mortal”, “el colmo del chic”, “chic fuera de lo común”, entre otros.

 

–¿Quién le enseñó el oficio del periodismo?

–Nadie, en esa época no había escuela de periodistas. Las mujeres que hacían moda eran las esposas de los jefes de redacción. Hacer periodismo de moda era un ganapán. El tema siempre me gustó. Era chica y ya me compraba sandalias de los años 30 en un almacén de campo. Para mí era el cielo. Me parecía un arte aplicado. Soy una persona absolutamente audiovisual. Entonces, cuando se hizo la reforma de la revista Damas y damitas, como había terminado de hacer la producción para la marca Iotti y había estado en el Caribe, me preguntaron por qué no seguía haciendo notas de moda. Me gustaba la música, me ofrecieron a hacer una columna de crítica de discos, quedé encantada y ahí empecé. La realidad la veo contable. No puedo resistirme, aun cuando alguien me pide un flyer, porque estoy trabajando con las palabras. Siempre me fascinó estar en una redacción.

–La mística de las tertulias está a través de todo el libro, ¿cuándo fue el auge y cuando se empezó a perder?

–Es que no se perdió nunca. Los momentos cumbre de mi profesión fueron con Jacobo Timerman en Primera Plana y La Opinión, y en Página/12 con todos los amigos que hice ahí. Después, Sandra Russo me ofreció trabajar en Las 12, comenzaba el siglo XXI, le dije que sí y no me fui nunca más, ese es mi lugar de pertenencia.

–Si bien es autodidacta, ¿quién fue su referente en lo periodístico?

–La propia realidad. Cuando le mandé la carta a Graham Greene, esa fue la cumbre de mi atrevimiento, de lanzarme directamente. Empujada, porque no podía callarme, no quería colaborar en ese desastre que estaba sucediendo, aun cuando generalmente estaba escribiendo sobre moda o lo que fuera. Me interesaron el feminismo, el pacifismo y también fui voluntaria de Abuelas de Plaza de Mayo.

–Desde lo periodístico, le tocó intervenir en dos momentos claves de la historia de nuestro país: cuando se niega a mofarse de la esposa de Arturo Illia en Primera Plana y cuando le escribe a Graham Greene por la guerra de Malvinas. ¿Tenía ese mandato?

–Si, no podía quedarme viendo cincuenta mil desfiles por minuto cuando estaba pasando Malvinas o estaban desapareciendo personas. No estaba distraída de la realidad que me tocó y sigo siendo fiel a las buenas causas. No pertenecí a ningún partido político. Por supuesto siempre estuve del lado izquierdo de la vida, en todo sentido. Y las veces que voté, no pude votar ni por (Arturo) Frondizi ni por (Juan Domingo) Perón, voté por el Partido Humanista de Lía Méndez que sacaba 0,2% de los votos.

–Fue testigo de la época de “la Manzana Loca”, cuando se sucedieron hechos trascendentales para la cultura, como el surgimiento del Instituto Di Tella, ¿eran conscientes que eso iba a quedar en la historia?

–No me lo planteaba, digamos que venía de la escuela rígida. Había pertenecido al modernismo y al arte concreto de Tomás Maldonado, donde no existía el menor asomo de lo que podía ser el pop. Además, estaba en la agrupación “Nueva música”, al contrario, yo era como una especie de monja de la (Escuela de la) Bauhaus, monocromática. Cuando surgió el Di Tella, fue una cosa tan rara, al mismo tiempo el mundo se había hecho pop, no nos olvidemos. Del pop, más que filosofía, me quedaron mis grandes amigos.

–Hablando de los momentos relevantes, cuando fue el Juicio a las Juntas y Hebe de Bonafini se tuvo que sacar el pañuelo en la sala, usted no solo registró, sino que además lo contó.

–Sí, lo hice para la revista Fem que dirigía Tununa Mercado en el exilio en México. Me pidió que escribiera algo referido al juicio. A mí se me ocurrió poner ese título “Las armas del vestuario”. No sé cómo conseguí entrar, no era fácil. Recuerdo la impresión, salí de ahí y dormí mal durante tres días.

–En esa observación del pañuelo de las Madres, se anticipó en ver ese gesto político al que hoy se le puede dar continuidad en el pañuelo violeta del feminismo y el verde de la interrupción voluntaria del embarazo, ¿encuentra una ligazón en eso?

–Sí, de hecho, son símbolos, igual que para las mujeres árabes el burka. Son medios de comunicación. Para mí, la moda siempre fue eso: comunicación y lenguaje, no fue ostentación. Estoy comunicando porque elegí verde y no azul. Es así. Cuando estuve dando clase en la carrera de Diseño de Indumentaria y Textil (de la cual participé en su fundación) hacía eso: comunicar la ropa. Enseñé a leer, y de alguna manera a calificar, guiar a la gente hacia lo mejor, a no ponerse chirimbolos porque sí.

–Una de sus primeras notas fue a Fridl Loos y luego Mary Tapia, dos creadoras que trabajaron con cuestiones étnicas, materiales orgánicos, de manera artesanal y hacían piezas únicas, como si se hubieran adelantado a la “moda sostenible”, ¿eso se está volviendo una constante?

–Creo que más que nunca, y eso me parece muy bien, se pueden expresar casi sin freno, metiendo la pata pocas veces o siguiendo dictados de moda, porque es inútil rebatirlos. Recuerdo que una vez en la facultad, les dije que se expresaran bien y no copiaran. Todos me aplaudieron. Repito: para mí la moda es lenguaje. Al mismo tiempo con cegueras, como el mandato del pelo largo. Doy el ejemplo de eso, como lo masivo sin elegir. Son cosas que ofrece lo comercial propagado por la televisión y los medios audiovisuales. Alguien se puede sentir más cómodo o aceptado, pero no es interesante. Entonces, es ahí cuando empieza esa cosa de manada obediente a los mandatos, que me deja de interesar. Aunque, a veces, lo feísimo e inaceptable me apasiona.

–Casi como un morbo.

–Sí, el feísmo es una corriente, incluso en el arte. Me quedo muda, no emito opinión y en todo caso no lo elijo. Creo que la palabra es elegir.

–En el libro cuenta que cada vez que su hermana Maru le preguntaba qué se usaba, le respondía “todo”, ¿lo decía porque “todo” es factible de ser moda?

–Sí, todo es válido, salvo lo que es deshonesto que ya sabemos por dónde viene. Si algunos siguen la vía de lo comercial impuesto, lo siento mucho, pero se sienten inseguros si no obedecen.

–Hay una desobediencia suya que refiere al encanto que tiene por lo falso.

–Me divierte, me parece una creatividad atreverse a hacer una cosa falsa, pero con ideas propias. Se vuelve interesante.

–Demna Gvasalia, el diseñador actual de Balenciaga, realizó colecciones de ropa genuina con la estética de la copia, a su vez es el mismo que hace una “estetización de la pobreza”, algunos creen que es ironía porque se ríe de los que lo compran, ¿qué puede decir en ese sentido?

–Si se hace el vivo también es algo irreverente, no está haciendo un acto de amor a la moda. Y si hay alguien que lo compra, a mi ese público ya no me interesa. Sabemos que la mano asesina del capitalismo es la mentira, como el caldo para la sopa que en la venta dice que es “verdadero”. Al mismo tiempo si uno es consciente, fantástico, y si se lo cree, bueno, lo siento mucho.

–En la pandemia hubo una idea romántica de que todo iba a mejorar, incluso en la manera de vestir o del consumo, ¿qué pensó en ese sentido?

–Nunca había calibrado el valor de toda la ropa que tengo desde hace treinta, veinte, quince o cinco años. Todo me parecía extraordinario por los géneros honestos, la hechura, la idea, la propuesta. Al mismo tiempo, no es casual que todos estábamos uniformados por Uniqlo, que es una mezcla de Charles James y una cartera matelasse de Chanel. Es elegante y democrático. Nunca me sentí mejor. Hace dos años que no salgo a encuentros sociales, mucho menos a un restaurante lleno de gente, con comida vieja y mal hecha, como si acá no hubiese pasado nada. Acá pasó muchísmo. Aprendí a valorar cada puntada de lo que tenía guardado, a ponerme las cosas y a gozar de lo que antes hacía automáticamente. Se incrementaron mis gustos. Vi películas de los años 50 y gocé con eso que no va a estar nunca más pero qué suerte que estuvo. No tenía la necesidad de ir a la novedad, a sentirse mejor porque es nuevo. Volví a mirar para adentro, recorrí toda mi vida. Siempre con tendencia a lo chic.

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