«No, Pablito, las macetas no van en la cabeza», le dijo la maestra jardinera el primer día de clases. Y el niño, que ya esbozaba figurines, sin amedrentarse, le explicó que lo que había dibujado era un sombrero. A esa escena antológica recurre el propio diseñador Pablo Ramírez cuando es invitado a repasar los hitos que sí o sí tendrían que ser parte del guion de la ficción que tuviera que contar su vida.
Claro que no sería exagerado pensar en una biopic que hiciera foco en el reconocido diseñador de moda, porque sin dudas tiene con qué. Por empezar, la épica de sus primeros pasos en Navarro, provincia de Buenos Aires, cuando soñaba con ser bailarín; su llegada a la flamante carrera de Diseño de Indumentaria en la Universidad de Buenos Aires; el concurso Alpargatas que lo llevó a trabajar a París, y los distintos aportes para varias firmas famosas: Via Vai, Gloria Vanderbilt y Adriana Costantini.
Por si fuera poco, con el paso del tiempo se atrevió a las artes escénicas, para hacerse cargo de los vestuarios de Fito Páez y Gustavo Cerati, de las obras de Alfredo Arias, de Tosca en el Teatro Solís de Montevideo y deBodas de Sangre en Buenos Aires, su creación más reciente.
Ahora es el turno de Carmen en el Teatro Municipal de San Pablo (del 3 al 11 de mayo). Y esta versión de la célebre ópera de Georges Bizet, dirigida por el brasileño Jorge Takla y con escenografía del argentino Nicolás Boni, está inspirada en nada menos que el desfile que Ramírez montó en 2012 en el Teatro Colón.
Por eso se trata de una puesta que, si bien respeta el relato trágico original, al encuadrarse en el universo de la moda propone un nuevo entorno en un atelier de alta costura, cuyos personajes toman referencias fashionistas en la caracterización de costureras, bordadoras, mannequins, además de las clientas, con la licencia que trae a escena a un ícono latinoamericano de la altura de Eva Perón.
Ramírez en colores
Ahí está Ramírez. Atento a los últimos detalles, en comunicación desde Brasil vía Zoom, con sus típicos anteojos de marco grueso y su atuendo siempre negro, aunque esta vez de fajina.
Mientras habla, agita un abanico. Adelanta que este año va a dirigir a la actriz María Merlino en un unipersonal, y que en junio será reconocido como Personalidad Destacada del ámbito de la Cultura por la Legislatura porteña. Distinción que reconfirma el prestigio que el prolífico diseñador obtuvo durante estas tres décadas de trabajo, tanto en la industria local como regional.
¿En qué se basa su prestigio? Entre otras cosas, se debe a la versatilidad para transitar géneros y escenarios, pero por sobre todo, se debe a la coherencia sostenida en el tiempo con su inconfundible estilo, signado por el ascetismo, el binomio de tonos basado en la ausencia del color y la perfección apabullante de sus prendas, además de su manera de hacer y la teatralidad que desplegó durante todo este tiempo en la pasarela.
-Al ver los bocetos, sorprende el uso del color, ¿cómo surgió ese cambio?
-Fue algo que fuimos trabajando juntos con el director. Él me preguntó qué quería y lo fue aceptando. La verdad es que, de todo el diseño, lo que nos llevó más tiempo fue el tercer acto, con los contrabandistas. La escena no ocurre en la montaña sino en una especie de galpón. Y si bien hay algo de temporalidad, no nos guiamos con un rigor historicista. Lo hicimos como si fuera a fines de los años ‘40 y principios de los ‘50, y el desfile final está inspirado en la tauromaquia. Es como si fuera una colección para ahora, algo que hubiese sido imposible en esa época. Esa es justamente la fantasía y la posibilidad que te da la ópera y el teatro para expresar e imaginar.
-Entonces se va a ver moda dentro de la ópera…
-Sí, porque el primer acto transcurre en un atelier de alta costura. Cuando se levanta el telón, aparece el personaje del diseñador que está fumando afuera de su maison, después están las modelos que están por desfilar, luego la jefa de costura y ahí se abre el universo del taller, con todas las costureras, las bordadoras y el sastre. Y en un costado del escenario, se va a ver un salón al que van llegando los invitados para un desfile privado. Hasta ese momento, nadie sabe, pero Carmen ya está en escena de espalda, caracterizada como una mannequin de cabine. También están Eva Perón y Carmen Polo.
-Hiciste 400 trajes, casi lo contrario a lo que suele hacer un diseñador de autor. ¿Cómo fue trabajar en ese sentido?
–Siento que hice una colección como las que vendo en la tienda de Recoleta y en la plataforma online. En el primer acto, por ejemplo, están los trajes de las costureras, las bordadoras, las mujeres de limpieza, la directora del atelier y las secretarías. Y lo que más estoy disfrutando es que cada una que se prueba esa ropa se la quiere llevar para usarla. Hay algo de eso. Están encantadas.
-Tu exigencia se advierte en el resultado de tus prendas. ¿Cómo se traduce eso en el teatro?
-Soy así también como espectador. Soy una persona muy visual, con mucha imaginación. Las cosas las concibo como tienen que ser. Me acuerdo una vez que un amigo diseñador vino a mi atelier y se rió mucho cuando me escuchó decirle a alguien cómo se le había ocurrido traer un rollo de papel de cocina estampado. Para mí era lógico que fuera blanco; es una manera de ver.
-Así como hay códigos visuales de época, también habría uno de Ramírez.
-Hacer ropa negra para mí es natural. Pero me manejo súper cómodo con el color. En cada acto trabajé con una paleta diferente y también distinguí lo masculino de lo femenino. La gente del teatro me pidió hacer una nota para las redes, donde me preguntaron cuál era el link entre Carmen y la moda. Dije que el personaje de Carmen es poderoso y que ella puede llegar a ser vista como maligna. Pero finalmente termina siendo una víctima. Me parece que en la moda también hay -o hubo- algo de eso, de la mujer protagonista, pero en realidad manejada por los hombres…
-Claro, lo de la “dictadura de la moda”.
-Sí, por eso nos preguntamos qué rol ocupaba Carmen y dijimos que es una mannequin de cabine porque es una trabajadora, pero también es una modelo que puede darse el gusto de ser caprichosa o de romper un molde.
-Aludías a la tauromaquia y, más allá de que es una tradición cultural en España, hoy es una práctica condenada. ¿Cómo te llevás con la corrección política?
-A mí no me interesa la corrección política. No cumplo una función pública, no tengo una responsabilidad en ese sentido. Artísticamente es otra cosa: está bueno expresarnos y que se interprete como tal. No puede ser que cualquier expresión artística sea un discurso hacia algo. Lo mismo pasa con el humor, qué difícil que es el límite al decir un chiste. Eso me aburre bastante.
-Volviendo a Eva Perón, después de la diseñadora de vestuario Beatriz Di Benedetto, creo que sos el que más la vistió en ficción, ¿qué queda por contar que no se haya dicho?
-En el viaje que hice a Madrid a raíz del libro Evita frente al espejo (Ampersand), tomé conciencia sobre el fenómeno de moda que significó, la importancia que tuvo. Además del momento en el que fue, en el mismo año en el que Christian Dior lanzó el “New Look”. Eso me parece mágico. Cuando acá, en la ópera, se habló de eso, me pareció absolutamente natural que una de las clientas que apareciera como personaje fuera ella.
-También vestiste a dos próceres de la cultura como Gustavo Cerati y Fito Páez. A Cerati le hiciste el traje de Principito para presentar sus 11 episodios sinfónicos. Con Páez volviste a trabajar el año pasado, ¿qué repercusión tuvo?
-A Fito lo vestí en el año ‘99 para su Abre Tour. Fue la primera persona muy conocida con la que tuve contacto. Fue muy fácil trabajar con él, y recién creo que en el Gran Rex o en el Ópera, tomé dimensión de la escala de lo que estaba pasando. A él lo vestí de rojo y a los músicos de blanco. Les armé los looks a todos. Qué atrevido, cómo me mandé y cómo me escuchó. El año pasado hice lo del estadio de Vélez Sarsfield y después lo del Teatro Colón.
-O sea que al Teatro Colón llegaste por Cerati primero y por Fito, después. Ya te podrían llamar para una ópera…
-Estoy en un momento en el que quiero hacer algo que me guste. En el trabajo de diseño de vestuario mi cliente es el director. Trabajo para él. Siempre que me llaman pregunto como la Coca Sarli: “¿Qué pretende usted de mí?”. Qué están buscando, por qué me llaman. Es como a medida, pero versionado para el elenco. Si me preguntás si quiero hacer algo en el Teatro Colón, te digo que sí, pero lo haría con Nicolás Boni.
Nunca busqué el reconocimiento, sino todo lo contrario.
Entre el anonimato y los premios
En junio van a reconocer a Pablo Ramírez como Personalidad Destacada de la Ciudad de Buenos Aires en el ámbito de la Cultura. El año pasado le otorgaron el Martín Fierro a la trayectoria entre varios diseñadores muy conocidos.
Sin embargo, el modo de reaccionar de Ramírez es muy particular: no oculta una mezcla de humildad con timidez.
“Estuve en contra de la nominación”, asegura. “Llamé y les pregunté cuál era el criterio porque la trayectoria no se puede medir, no hay forma de competir por eso.”
-Más allá del prestigio, el homenaje y la estatuilla, a la larga, ¿cuál es el beneficio?
-Yo me fui de Navarro porque no quería que me conociera nadie. Quería el anonimato que llega cuando vivís en una ciudad como Buenos Aires. Nunca busqué el reconocimiento, sino todo lo contrario. De hecho, me encantan ejemplos como el de (Cristóbal) Balenciaga con su perfil bajo, o ya en el otro extremo, Martín Margiela, un diseñador al que nadie le conoce la cara. Me hubiera gustado seguir esos ejemplos.
-¿Por qué no pudiste seguirlos?
-Porque las reglas del juego y del mercado son muy diferentes. Mi fantasía era que la etiqueta de mi marca no tuviera mi nombre. Pero no me quedó escapatoria. Con mucha terapia me reconcilié con todo eso y entiendo que forma parte del juego. Entonces, a veces recibo un premio y me siento muy agradecido, muy afortunado. Pero no es la hoguera de las vanidades lo que me interesa. Soy una persona “íntima”, como decía Silvina Ocampo. Me interesan otras cosas, en ralidad. No me interesa estar en todas las fiestas y los eventos.
-En un mundo de tanta exhibición, hay que aceptar que ser anónimo es un valor muy especial. ¿Qué le sumaron las redes sociales a la moda y qué es lo más negativo?
-Lo más negativo tiene que ver con la superficialidad. Es tan obsceno que llega al nivel de cosas totalmente inventadas nada más que para ser exhibidas. Son como escenografías de cartón pintado que brillan solo para la cámara del dispositivo móvil, pero atrás de eso no hay nada. No hay una profundización, no hay vida interior, no hay un recorrido. Eso me parece tremendo.
Aquellos años ‘90
-Retomando la escena local, como marca, ¿cómo estás sobrellevando la crisis económica que atravesamos?
-Para ser absolutamente franco, entré a la carrera de la UBA en el año 1990. Se había creado un año antes, en plena crisis de hiperinflación. En esta conversación que estamos teniendo me parece importante recalcar lo que tiene que ver con la educación pública. La Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) fue la primera en crear la carrera de Diseño de Indumentaria, que fue y es modelo en toda Latinoamérica. Para mí, fue un honor haber pasado por sus aulas, y formar parte de esas primeras camadas de la Universidad de Buenos Aires. Pero también recuerdo que, en el año ‘89, cuando hubo una charla donde se hablaba de las carreras que había para estudiar, decían que la de Indumentaria era la que tenía mayor proyección y crecimiento, aunque no sabían cuál iba a ser el campo laboral, todavía desconocían eso. Y bueno, fue así y sigue siendo así.
-¿Te recibiste finalmente en la Universidad de Buenos Aires?
-Yo no terminé la carrera porque cuando estaba en los últimos años, a mediados de los ‘90, salió lo del concurso de Alpargatas y enseguida me fui a trabajar a París.
-A su vez, este momento también puede ser leído como una crisis sociocultural similar a la de la década del ‘90, ¿Qué se puede decir desde la moda en ese aspecto?
-¿Cuál es tu modus operandi?
-Es trabajar concentrado, con mucha conciencia y en una escala que tiene que ver conmigo, dando pequeños pasos. Mezclar la fantasía y el sueño, sin perder de vista el diseño, la funcionalidad, la calidad, el corte, la caída y la temporalidad. Cuando empecé, no existía el concepto de lo sustentable, y hacer ropa que no pase de moda fue uno de mis pilares. Crear aquello que no tenga vencimiento. Esos valores formaron, y forman todavía, parte de mi trabajo.
Artículo publicado en VIVA