En apoyo o rechazo en las campañas electorales y en la conciencia ambiental, la moda dice su opinión, abraza un partido o lo emplea como truco oportunista. El cruce con la política se replica en el diseño local.
También en la pasarela desfila la política, o al menos ese es el propósito de reconocidas marcas y diseñadores que aprovechan su popularidad para apoyar o rechazar a un candidato. Algo así ocurrió a instancias de las elecciones que ganó Barack Obama, durante la presidencia de Donald Trump y en la votación por el Brexit, entre otros acontecimientos. Acá también se reproduce el fenómeno en distintas escalas de la política. Al mismo tiempo tampoco faltan reclamos contemporáneos sobre temas de la agenda pública como el cambio climático y la necesidad de transformación hacia una producción y consumo sostenible. Donde sea, más allá del diseño y el mensaje, la cuestión es si esto queda netamente en el discurso –en este caso el de la vestimenta– y en lo efímero de la moda, o si finalmente logra penetrar y estimular realmente el debate.
El cruce entre moda y política expresa una tensión en estos días en Estados Unidos. La tapa de Vogue, la revista de moda por excelencia, al igual que la de Vanity Fair, están protagonizadas por una mujer negra. La estrella olímpica Simone Biles ocupa en la portada de Vogue: no es modelo ni ronda escenarios plagados de reflectores.
La tapa ya circula en las redes y los reclamos de la comunidad afroamericana se multiplican. En particular, hacia la glamorosa Anna Wintour, editora de Vogue. Hace años que una modelo afroamericana no protagonizaba la portada de esa revista.
Pero no son los únicos focos de tensión. La mayoría de las grandes marcas están siendo objetadas por el uso –y también omisión– del público afroamericano.
Cruces políticos
El interés de los diseñadores por sumar se al escenario político tiene antecedentes muy definidos en Estados Unidos. Tanto la diseñadora Sonia Rykiel como su colega Jean-Charles de Castelbajac hicieron explícito su apoyo a Obama en 2008, por ejemplo. La primera presentó prendas con inscripciones alusivas como I have a dream, y el segundo exhibió un vestido con un gran retrato del candidato plasmado en el frente. Para esa misma época, Donatella Versace también anunció que el demócrata había funcionado como inspiración para su marca. Ese aliento a favor, persistió durante los dos mandatos, incluso continuó sumando adhesiones del mundo fashion al tiempo de su salida, mientras tanto, Trump, recién llegado al gobierno, comenzó a cosechar negativas por parte de la industria de la indumentaria. Entre otras, Sophie Theallet, quien anteriormente había vestido a Michelle Obama, publicó una carta explicando las razones por las cuales jamás vestiría a la entrante primera dama. A su vez, hubo grandes tiendas (Macy’s y Neiman Marcus, entre otras) que se negaron a comercializar la ropa de la firma de su hija Ivanka. Pero no todas se mostraron opositoras: firmas estadounidenses como Ralph Lauren y Tommy Hilfiger hicieron sus negocios vistiendo al entorno trumpista.
“Hubo muchas reacciones políticas en el campo de la moda durante la presidencia de Donald Trump, incluso podría decirse que sus ideas y acciones hicieron que la moda fuera más política que antes, no me sorprende”, analiza la doctora Djurdja Bartlett, experta en Historia y Culturas de la Moda de la Universidad de Artes de Londres. Y agrega: “Cuando se desconfía mucho de la política, la moda podría convertirse en una plataforma muy visible para desafiar cualquier acción y punto de vista”. De acuerdo con esta idea, explica que al ser “un fenómeno global, en contraste con la política de la época, no nos divide en términos de nación, raza, sexo, género o ciudadanía”. En este marco además, la autora del libro Fashion and Politics (Moda y política) –editado por la editorial de la Universidad de Yale– recuerda lo poderosa que resultó la campaña I’m an immigrant (“Soy un inmigrante”) lanzada por la revista W en 2017, también en respuesta a Trump, y que contó con la participación de personalidades de la escena fashion, entre otras; la empresaria Diane von Fürstenberg y la modelo Adriana Lima.
Los diseñadores británicos no se quedan atrás. Al menos desde la década del 80 la moda inglesa realizó manifestaciones explícitas como la de Katharine Hamnett, quien asistió a ver a Margaret Thatcher con una remera impresa con la expresión 58% Don’t want Pershing (58% no queremos misiles Pershing), en relación al porcentaje de la población que no estaba de acuerdo con desplegar misiles de origen estadounidense en bases del Reino Unido. En la cara de la primera ministra, la joven diseñadora apareció con esa prenda que hasta hoy sigue siendo su marca registrada y que la encumbra como una de las principales activistas en el sistema de la moda de los últimos cincuenta años. De hecho en 2019, actualizó esa tipología con expresiones como Fashion hates Brexit (la moda odia el Brexit), por la discutida salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, y también en cuanto a la sostenibilidad. Otra de las más avezadas al momento de hacer oír sus ideas tanto arriba como abajo de la pasarela es la diseñadora Vivienne Westwood (vinculada al punk y la new wave, hay obra suya en el Museo de Bellas Artes de Houston). Lo demostró cuando se instaló frente a la embajada de Ecuador en Londres para pedir por la libertad de Julian Assange, con una casaca en defensa del fundador de Wikileaks.El leitmotiv de su marca se enfoca hoy en alcanzar una moda responsable con el entorno natural. Asociada a Greenpeace, por ejemplo, en 2015 montó una exposición de sesenta retratos de celebridades que vestían camisetas de algodón orgánico con la leyenda “Save The Arctic”. En la militancia por el medioambiente, también está Stella McCartney. Su último desfile –presencial– realizado en el contexto de la semana de la moda de París, finalizó con vacas, lagartos y zorros de peluche a escala humana caminando a la par de las modelos. ¿El propósito? Expresarse en contra del uso de pieles en la producción de indumentaria, algo que -durante la última década- ya dejaron de hacer marcas como Gucci y Armani.
“Se puede protestar desde la vestimenta”, dice la argentina Romina Cardillo, quien con su firma Nous Etudions levanta la bandera por la protección del planeta. Entre otras acciones; en 2019, en la entrega del Martín Fierro de la Moda, la diseñadora fue representada por miembros de Voicot, la organización que trabaja por los derechos de los animales. Además, cuando fue seleccionada como semifinalista para el LVMH Prize –el premio que entrega la casa Louis Vuitton en París– exhibió carteles con expresiones como “Vestir animales es parte del pasado” o “El cuero era alguien”. Cardillo fue pionera en la sostenibilidad cuando ni siquiera era un tema para la moda contemporánea hegemónica. “Comprando o apoyando marcas veganas se puede portar la filosofía de lo que uno realmente apoya y manifestarse de esa manera”, asegura.