Entre el desarrollo industrial y el saber ancestral, en ese itinerario se embarcó Alejandra Mizrahi, artista, docente e investigadora. Desde el último tramo de la carrera de Artes Plásticas en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) hasta este presente interdisciplinario, su recorrido académico y profesional –poco frecuente– estuvo signado por la búsqueda en torno a la acción, el cuerpo, la indumentaria, y al mismo tiempo por la herencia textil de su familia paterna y la tradición de su tierra. Formada en posgrado en Estética y Teoría del Arte, y posteriormente doctora en Filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona, ya de regreso en el país, comenzó a interpelar la randa, técnica artesanal de tejido, típica de El Cercado, declarada patrimonio cultural de la provincia en 2015. Primero se encontró con las hacedoras, y después con un lenguaje que aprendió, asimiló y al que hoy acompaña para darlo a conocer hacia adentro y hacia afuera del país. “No puedo pensar si no hago”, expresa Mizrahi y lo confirma con la edición del libro RandAcerca (Edunt) que a principios del 2020 la tuvo como compiladora y con su más reciente rol de curadora en Randa Testigo, la muestra –física y virtual– que hasta febrero se podrá ver en el Museo de la Historia del Traje en la ciudad de Buenos Aires.
–¿Cómo se da el contacto con la artesanía? ¿Conocía la randa?
–La universidad ya venía trabajando, desde el Centro Cultural Virla y con el Instituto de Desarrollo Productivo de Tucumán (IDEP), en la revalorización de la randa. Me llamaron para sistematizar la técnica. Dentro de las acciones que estaban haciendo, querían registrar el paso a paso, para difundirlo. Ese fue mi primer contacto con la comunidad y con Claudia Aybar, una de las randeras. Fui a El Cercado, hablé con ella y nos empezamos a reunir, a tejer. Mientras me enseñaba, íbamos armando el manual (qué hay que enseñar, cómo se empieza la randa, cuáles son las partes que tiene). En medio de eso, pensé en no solo contar el paso a paso, sino también la dimensión histórica. Tenía que tener entrevistas a randeras y un cruce entre diseño y artesanía. Ahí, se fue armando un índice y alimenté el manual convocando también a una historiadora y una antropóloga. Quedé muy enganchada y comencé a preparar proyectos de extensión, y a hacer cruces de diseño y artesanía.
–Lo primero que ve es la técnica y lo material, aunque también considera las variables del hábitat y la corporalidad, ¿cómo se da ese camino?
–Desde ahí parto, de lo material, porque fue mi contacto para hacer ese manual. Me metí de lleno y me enamoré de la técnica. Me parecía que dentro del campo del diseño textil tenía características específicas: el armado de la malla, el alfabeto de bordados, también que al ser a base nudos, uno podría cortarla y no se desarmaba. Trabajé técnicamente durante mucho tiempo con eso y, desde el 2013 hasta hoy, se me fueron revelando otras variables y entendí que para alcanzar una comprensión más profunda de ese objeto tenía que considerarlas. Hay algo que tiene que ver con la comunidad: quiénes son esas mujeres, de dónde vienen, en qué trabajan, si tienen o no marido, si tienen hijos, qué pasa con la caña de azúcar. Y qué pasa con este encaje níveo que aparece en esa ruralidad, para mi era un contraste muy fuerte.
–Más allá de que ya existe una tradición que relaciona el textil y el lenguaje, ¿cómo se da el planteo simbólico?
–Para unificar esas variables, retomo la idea de (Ernst) Cassirer. Él habla del lenguaje, la religión y el mito, explica por qué son formas simbólicas. El textil también lo es, si se consideran esas variables, no solo la técnica y la objetual, sino también el contexto, quiénes son, de dónde vienen.
–A la vez se relacionan con otras formas; religiosas, paganas…
–Sí, totalmente, con un mix particular de ese lugar. Esa interposición con el mundo lo traslado al textil; cómo ellas miran el mundo a través de esta técnica. No solo lo miran, sino que lo viven. La manera de tejer es diferente a otras, está muy imbricada en la cotidianidad. Al tejer se puede tener en el puño de la mano, hasta que se tensa y se puede bordar. Todo ese devenir, de esa red, se da entre “poner la pava”, llevar el niño a la escuela, salir al patio, buscar algo, cultivar. Muchas randeras antes iban al surco, a pelar caña, y después con esas mismas manos tejían la randa.
–La randa es un saber matriarcal o de las mujeres y, a la vez, la valoración coincide con el despertar de la cuarta ola feminista. ¿Qué recursos les da en ese sentido?
–Todas comercializan y algunas sostienen su vida desde la randa. En otros casos es mixto, porque la combinan con otra actividad. Tiene que ver mucho con el empoderamiento de la mujer. Sobre todo en los lugares rurales. Lo más interesante es que ellas saben que representa al patrimonio, que están empoderadas, y que el textil es una resistencia para muchas cosas. También se afirma esa línea genealógica que tienen con las madres y las abuelas. Eso estaría dentro de la variable de la corporalidad, de lo físico, y de la postura que toman cuando tejen. Es una técnica que necesita mucha calma, porque sino se anuda y hay que desarmar. De ahí viene la otra variable, del hábitat, que acompaña a ese cuerpo, están en el campo, escuchando los chanchos, los gallos, los tractores.
–¿Qué la llevó a considerar la randa como un «sistema de pensamiento»?
–Tiene que ver con el desarrollo de la investigación en la que empecé a observar diferentes técnicas textiles como sistema de pensamiento. En la línea de poder analizar los “paso a paso” de cada técnica y ver cómo se construyen; cómo es que a veces parten de un centro, una punta, una hilera o de una estructura externa. Cómo las técnicas tienen diferentes maneras de expresar, de crecer y de estabilizarse en el mundo. Todo ese proceso de configuración me hizo pensar en cómo se piensa el mundo de manera diferente cuando se parte de un centro y construye radialmente o cómo se piensa cuando se construye una estructura ortogonal. Entonces, lo que hice fue analizar distintas técnicas y ver cómo las artesanas, las randeras, en este caso, construyen el mundo a partir de esa estructura, que es a través de la cual lo piensan.
–¿Cómo imagina el futuro de la randa?
–El escenario cambió mucho este año. Hoy todas las prácticas ancestrales cobraron otra dimensión, la de enseñarnos muchas cosas que se mantuvieron durante siglos y siglos. Me gusta ver a las tejedoras porque hay un ejercicio de la paciencia o la espera y ver cómo el tiempo se materializa en esa malla. Más allá del objeto que es bellísimo, a futuro me imagino que volverá a ocupar lugares que ocupó en algún momento en las casas. La randa de nuevo imbricada en la cotidianidad, relacionada con la vida, no tan alejada, como una cosa que pertenece al mundo de la liturgia o que solo puede estar en ciertos espacios, sino que me imagino a la gente usando esos tejidos. Eso en lo objetual, y en lo más técnico, la randa tiene mucho para mostrarnos, cosas que perdimos con la rapidez y la ansiedad de la época contemporánea. Podemos pensarla en dos canales: para enseñarnos a bajar velocidades, a esperar, a ser pacientes, y a construir nudo a nudo, una malla, consolidada, sólida, resistente, para después poder representar sobre ella. Y la objetualidad se irá relacionando más con la cotidianidad y con el cuerpo también. El mundo hasta donde llegó nos demuestra que no tenemos que abarrotarnos de objetos sin sentido. La trazabilidad y la sustentabilidad forman parte de esas técnicas ancestrales que vienen a enseñarnos algo que ya lo tienen en las prácticas de siempre.